Imaginemos la escena y el contexto. El célebre Albert Einstein, genio
por antonomasia, acababa de pasar la tarde escuchando a Leo Mattersdorf quien
fuera su Contador. Y al final de aquella abigarrada sesión donde le explicaron
la mecánica para la determinación del Impuesto Sobre la Renta, para luego pasar
a analizar los ingresos acumulables que había obtenido por las clases que
impartía, por los honorarios de las conferencias, por el sueldo que le pagaba
el gobierno, quizá por alguna inversión que tuviera por ahí y uno que otro
ingreso adicional, así como la explicación de sus deducciones autorizadas,
y después escuchar la interpretación que le
hizo su Contador sobre las disposiciones fiscales relativas a sus deducciones,
analizando cuáles cumplían con los tres tipos de requisitos, es decir los
requisitos estructurales, los de forma, y los de fondo y al darse cuenta que de
todos los gastos que había realizado sólo unos cuantos disminuían su carga
fiscal, el eximio Físico atinó a decir aquella célebre frase: “Lo más
difícil de entender en el mundo, es el Impuesto Sobre la Renta”
Después de leer la anécdota anterior, la mayoría
de nosotros ya podemos presumir en nuestras reuniones sociales que tenemos algo
en común con Einstein, pues al igual que al genio, a la mayoría de nosotros nos
conflictúa entender la complejidad de las obligaciones fiscales.